Como todas las tardes desde que me sentaba en aquel banco, la chica de pelo negro y pequeña estatura no tardó en pasar por allí. Solía ir siempre con un paso tranquilo, pero muy vivo. Aún así, lo que más me llamo siempre la atención era su radiante sonrisa, que llevaba puesta todos los días y hacia feliz a cualquiera tan solo la viera. Sin embargo, y por alguna razón, aquel día sus ojos expresaban tristeza y ansias de llanto.
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